La propagación del coronavirus, el cruel signo de nuestras malas decisiones
Todos sabemos acerca de la existencia de un malvado virus que, sin piedad, está cobrando vidas por todo el mundo. Lamentablemente, nuestro país no es la excepción: hasta la fecha, se han confirmado más de 60 000 casos y la pérdida de más de 1000 vidas. Cuando observamos las noticias acerca de este tema, nos surge una misma pregunta: ¿Por qué se expandió tanto en Perú?, sin embargo, las verdaderas preguntas deberían ser: ¿En qué medida nosotros estamos involucrados con la propagación del virus? ¿Acaso son nuestras actitudes las que en realidad nos perjudican?
En Perú, las cifras desfavorables de contagiados son consecuencia de la falta de protección y del incumplimiento del distanciamiento social. Por otro lado, se suman a las causas más importantes, las sensaciones de miedo e incertidumbre, las cuales, debido a las circunstancias, se apoderan de nosotros en muchos momentos y, no nos permiten tener una percepción clara y objetiva de los acontecimientos. Todo esto trae consigo una serie de malas decisiones en nuestro comportamiento personal, familiar y comunitario. Una de ellas es la desobediencia intencional a las diversas normas decretadas por el Gobierno, hecho que contribuye a la propagación del virus y, perjudica no solo a nuestro núcleo privado, sino a todo el país.
El aislamiento social obligatorio es una medida que ha ido cambiando de acuerdo al comportamiento del país y de la evolución de la enfermedad. Desde el 15 de marzo, día en que se decretó dicha norma, hasta la fecha, existen más de 54 mil detenidos en todo el país, sin contar a un buen número de ciudadanos a los que se les han impuesto diversas multas, ya sea por transitar sin permiso o por fomentar actos sociales en los que hay un alto riesgo de propagación del virus. Ante esta situación, el Gobierno decidió implantar cambios progresivos en las medidas propuestas inicialmente para prevenir el contagio masivo. Algunos de ellos fueron: la inmovilización diferenciada por sexo durante algunos días, y, la inmovilización total obligatoria el día domingo. Además, para mejorar el control, se reclutaron a militares reservistas. Desafortunadamente, se siguieron desobedeciendo las normas impuestas que evitarían que se desborde la ola de contagios y se generó un efecto adverso no contemplado: en lugar de lograrse un verdadero “efecto martillo o martillazo”, se produjeron aglomeraciones diarias en mercados y bancos debido a la desobediencia de la población a merced del pánico colectivo y en búsqueda de algún medio de subsistencia.
Hay quien defiende que las medidas que decreta el Gobierno son exageradas y alarmistas, sin embargo, no se debe olvidar que todas ellas son decretadas con un solo objetivo: combatir el contagio del COVID- 19 y salvar el mayor número de vidas posibles. Si esas medidas se han ido cambiando a lo largo de la cuarentena es porque muchos peruanos han optado por desobedecerlas y han empeorado a todo nivel una situación de crisis, que solo puede compararse con circunstancias de guerras o de catástrofes naturales. Por esto, si no cambiamos nosotros, ninguna medida puede ser efectiva y va a traer consecuencias nefastas y dolorosas como el aumento de la cantidad de detenidos y multados, el incremento de la cifra de contagiados y la incapacidad de respuesta del sistema sanitario, el aumento de la tasa de letalidad y la necesidad de entierros masivos, e incluso, el agravamiento de la situación de pobreza en los hogares más vulnerables.
El pánico de la población se ve manifestado en el abarrotamiento de los centros de abastecimiento. Las normas basadas en las recomendaciones de entidades de salud, como la OMS, la OPS y el MINSA, son incumplidas por muchas de las principales regiones de nuestro país. Una de las razones de este desacatamiento es el desconcierto de la población ante la posibilidad de que en algún momento no pueda adquirir productos de primera necesidad y que, sin informarse objetivamente al respecto, decide formas colas casi-interminables sin respetar las normas básicas de distanciamiento (distancia mínima de un metro entre cada persona y el uso obligatorio de mascarillas) en los centros de abastecimiento: como los supermercados y los mercados. Ante esta situación, los perjudicados siguen siendo los sectores más pobres de nuestro país. Cuando ellos son entrevistados, siempre comentan: “no vamos a morir del coronavirus, vamos a morir del hambre”.
En mi opinión, tenemos un riesgo más alto de morir del virus del individualismo, que del propio COVID debido a que, desde el inicio de la epidemia en nuestro país, muchos demostraron su falta de solidaridad y de educación cuando se aglomeraban en los supermercados para comprar productos de limpieza y alimentos básicos, impidiendo que otros puedan abastecerse de los mismos productos pues la oferta del mercado por algunos días fue insuficiente ante la gran demanda. Es comprensible que esta situación provoque en nosotros algún tipo de incertidumbre, sin embargo, esto nos debe motivar a salir de nuestra visión individual y así, poder fijar nuestra mirada y nuestros esfuerzos en ayudar a todos aquellos que pueden estar en una situación menos privilegiada que muchos de nosotros, que hemos contado con poco más de lo necesario en estos días de cuarentena. Si nosotros les impedimos a otros que obtengan lo necesario para cuidarse y evitar propagar el virus, solo lograremos que crezca la ola de contagios y eventualmente, el riesgo de que nosotros mismos adquiramos el virus. Puesto que, a pesar de todos los artículos de limpieza que hayamos comprado para nuestro uso personal o familiar, si otros no tienen los materiales necesarios para tener una buena salud, igual nos vamos a contagiar, y, de nada sirvió acaparar el stock del mercado.
Por otro lado, las medidas económicas prescritas para el subsidio de la población, como los bonos de 380 y 760 soles y el retiro de parte de los fondos de las AFP, generaron aglomeraciones en los bancos, hasta que se propusieron algunas reglas más efectivas para el cobro de las ayudas sociales. Dadas las circunstancias, el Estado dedicó una cantidad importante de dinero en la asistencia económica a los hogares más vulnerables y afectados por la paralización de las actividades económicas. Sin embargo, desde el 24 de marzo, primer día de cobro de ese tipo de subsidios, algunos de los beneficiaros, incluyendo adultos mayores, no respetaron el metro de distancia y generaron aglomeraciones que ni la propia policía podía controlar. Aunque hay quienes justifican estas actitudes negativas basándose en la poca educación de las personas beneficiarias o en su extrema necesidad por adquirir esos recursos económicos; también se debe tener en cuenta que, siendo ellos una población con un acceso deficiente a los servicios de cuidados más básicos, son quienes más interés deben tener en evitar el contagio; y, solo lo lograrán si respetan las normas mínimas dictadas por las autoridades al respecto. Cabe mencionar que esta medida también se ha ido ajustando con el tiempo para lograr un impacto más positivo y disminuir el desorden; por ejemplo, ahora es también una opción el depósito en una cuenta bancaria en lugar del cobro presencial en ventanilla.
Podemos concluir que, esta situación ha evidenciado nuestras carencias y nuestros defectos como sociedad y como país. Es muy lamentable que, en estas circunstancias, surjan pensamientos como: “ese virus no existe y es un invento del gobierno para controlarnos” o “ese virus sólo va a atacar a los ancianos y no a mí”; puesto que, así solo se fomenta una cultura de desinformación en donde es inevitable el contagio masivo a través de grandes concentraciones de personas que, buscan satisfacer distintas necesidades sin tomar en cuenta las reglas dictadas por el Gobierno. Con comportamientos de ese tipo, no retribuimos los esfuerzos al trabajo sacrificado por parte de los médicos, policías y de la mayoría de ciudadanos que, pese a las distintas dificultades que atraviesan, siguen firmes en su voluntad de cumplir con la cuarentena por el bien de su familia y de su país. Por lo tanto, una forma de combatir nuestros miedos y defectos es entender que esta epidemia no sólo ataca a nuestro entorno cercano, sino, a todo el mundo; y, es justamente eso lo que debe motivarnos a ser solidarios con todo nuestro entorno, por medio de la obediencia a las disposiciones gubernamentales y mediante el fomento de un ambiente de calma y concientización; porque todas estas soluciones constituyen la verdadera cura para el virus del miedo y, por consiguiente, el virus de la enfermedad.
Comentarios
Publicar un comentario